Hoy, martes 11 de febrero, se celebra el “Día Internacional de la Mujer y la Niña en Ciencia”. Proclamado por la UNESCO en 2016 este día busca lograr el acceso y la participación plena y equitativa en la ciencia para las mujeres y las niñas, además de promover la igualdad de género, tan necesaria en nuestra sociedad actual. Ciertamente, si la brecha de género es grande en muchos de los temas cotidianos que nos rodean aún lo es más en el mundo de la ciencia, la tecnología y las matemáticas. En la actualidad menos del 30% de los investigadores de todo el mundo son mujeres. Los datos de UNESCO recopilados entre 2014 y 2016 indican que sólo el 30% de las estudiantes escogen estudios superiores de tipo “STEM”, las iniciales en inglés de Ciencia (Science), Tecnología, Ingeniería (Engineering) y Matemáticas. La estadística a nivel mundial es desoladora: sólo el 3% de los estudiantes en los campos de la tecnología de la información y las comunicaciones (TIC por sus siglas en inglés) son mujeres. Las ciencias naturales, matemáticas y estadísticas sólo tienen un 5% de mujeres estudiantes. Y sólo un 8% de los estudiantes de ingeniería y construcción son mujeres.
Quizá puede parecer difícil cambiar los hábitos que la sociedad ha impuesto durante siglos, pero ciertamente es una pena que el potencial que tiene la mitad de la población mundial sea despreciado y no se motive a participar en el gran reto del descubrimiento científico sólo por su género. Algo importante aquí es tener personas de referencia que han destacado en campos científicos. Estas grandes mujeres científicas, como Marie Curie (desarrollo de la radioactividad), Rosalind Franklin (cristalografía en rayos X que permitió descubrir la molécula de ADN), Emmy Noether (matemática cuyas contribuciones al álgebra abstracto y a la física teórica fueron claves para el desarrollo de la Mecánica Cuántica) o Margaret Hamilton (pionera en la programación de software cuyo trabajo fue fundamental para las misiones Apollo que llevaron a la Humanidad a la Luna) deberían incluirse en los libros de texto a todos los niveles. Afortunadamente la Astrofísica actual tiene uno de los cocientes más altos entre mujeres y hombres, con un gran porcentaje de excelentes mujeres astrónomas liderando grandes proyectos de investigación. En el artículo de hoy recopilamos el trabajo de una de ellas: la británica Jocelyn Bell.
Jocelyn Bell nació en Irlanda del Norte en 1943. Con poco más de 20 años ya estaba trabajando en la construcción de un nuevo radiotelescopio en el Observatorio de Radioastronomía Millard de Cambridge. La idea era estudiar los cuásares, objetos astronómicos que se acaban de descubrir y de los que se desconocía casi todo. Al mismo tiempo la joven Jocelyn Bell estaba comenzando su tesis doctoral. En el observatorio era la encargada de leer, cada noche, los aproximadamente 30 metros de papel que producía el radiotelescopio (por entonces los datos aún no se guardaban en ordenador, sino que se imprimían directamente) en busca de cualquier cosa rara, normalmente, interferencias realizadas por la actividad humana. Pero todo cambió el 28 de noviembre de 1967 cuando Jocelyn Bell se percató de que había una señal muy extraña en los datos. Tras revisar (de nuevo, a mano) los datos de los tres últimos meses, Jocelyn Bell confirmó que se trataba de un objeto extragaláctico que emitía pulsos rápidos en frecuencias de radio, a un ritmo exacto de un pulso cada 1.33 segundos. ¿Qué era ese objeto?
Durante unos días la fuente se bautizó como “LGM-1”, abreviatura de “Little Green Man 1” (Hombrecillo Verde 1) al ser tan extraño que una fuente celestial fuese tan regular y periódica. Por supuesto Jocelyn Bell no creía que fuesen extraterrestres, pero el nombre era llamativo. Su director de tesis, el astrofísico británico Antony Hewish, estaba convencido de que era algún tipo de interferencia de origen humano. Pero Jocelyn no lo creía: la fuente se adelantaba cada día 4 minutos, esto es, estaba en concordancia con el día sideral (la rotación de la Tierra con respecto a las estrellas) y no con el día solar (la rotación de la Tierra con respecto al Sol, porque la Tierra se mueve en una órbita alrededor de nuestra estrella el día solar es más largo, aquí las matemáticas no fallan: 365 por 4 minutos son unas 24 horas). Poco después la emisión pulsante fue confirmada con otro radiotelescopio. Y pronto un objeto similar se descubrió en otra parte del cielo. Jocelyn Bell había descubierto un nuevo tipo de estrella: los púlsares.
¿Qué es un púlsar? En breve, se trata de una estrella de neutrones (el final de las estrellas masivas después de exploten como supernova) con un campo magnético muy importante y que gira rápidamente. El hecho de que eje del campo magnético, por cuyos polos se emite una intensa radiación, y el eje de rotación de la estrella de neutrones no estén alineados hace que sólo lo veamos cuando los haces de radiación magnética apuntan directamente hacia nosotros, de igual manera que sólo vemos la luz de un faro cuando nos ilumina de forma directa. Así, lo que vemos es un objeto pulsante (un púlsar) con una frecuencia casi perfecta. Como la estrella de neutrones gira muy rápidamente estos pulsos duran entre unos pocos milisegundos (¡la estrella gira casi a 1000 veces por segundo!) y unos pocos segundos.
Los púlsares son objetos exóticos, es cierto, pero están permitiendo a los físicos explorar condiciones físicas muy extremas y adentrarnos en el conocimiento del Cosmos. La importancia de los púlsares era ya bien conocida en 1974, cuando la Academia Sueca de la Ciencia otorgó el Nobel de Física de ese año a sus “descubridores”: el director de tesis de Jocelyn Bell, Antony Hewish, y el astrofísico británico Martin Ryle… pero no a Jocelyn Bell bajo la excusa de que ella aún era una estudiante de doctorado.
Por supuesto, que a Jocelyn Bell no se le otorgara el Premio Nobel de Física en 1974 por algo que en realidad había descubierto ella creo mucha polémica. En la ceremonia de los Nobel de ese año se presentó a Hewish y Rely como pioneros en el estudio de la radio-astronomía, además del papel decisivo que tuvo Hewish en el descubrimiento de los púlsares. Desde el primer momento la misma Jocelyn Bell intentó mitigar la polémica, incluso defendiendo la decisión del comité de los Premios Nobel diciendo que, en efecto, ella aún era una estudiante. Pero el tiempo nos ha convencido a todos de que se equivocaron en no incluirla en el galardón.
No obstante esto no paró la actividad investigadora de Jocelyn Bell, todo lo contrario, la motivó aún más, profundizando en los misterios de los púlsares a la vez que ampliaba el conocimiento en las técnicas radioastronómicas. No recibió el Nobel en 1974 pero después sí consiguió numerosos premios prestigiosos, incluido el Premio Especial de “Breakthrough” de Física Fundamental en 2018, valorado en 3 millones de dólares. ¿Qué hizo Jocelyn Bell con ese dinero? Lo donó íntegramente a una fundación que apoya a las mujeres, particularmente a las que pertenecen a etnias poco representadas y a refugiadas, para ser investigadoras en Física. No es la única fundación de este tipo que Jocelyn Bell apoya, también lo hace con otras iniciativas. Tales gestos la honran de una forma tal que debería darnos mucho que pensar (particularmente a nuestros políticos).
Jocelyn Bell estará en España este año. Su compromiso con la educación y la divulgación de la Astronomía es tal que participará como ponente estrella en el XXIV Congreso Estatal de Astronomía en A Coruña entre el 30 de abril y el 3 de mayo. Los asistentes, además de disfrutar de una gran variedad de charlas y ponencias de investigación y divulgación astronómica, muchas de ellas por astrónomos aficionados, tendrán la oportunidad de escuchar en directo a una de las astrofísicas más importantes del siglo XX: la verdadera descubridora de los púlsares, aunque no se llevara un Premio Nobel por ello.
Artículo originariamente publicado anteayer, domingo 9 de febrero de 2020, en el Suplemento “El Zoco” de Diario Córdoba, con una pequeña modificación en la primera línea («Hoy, martes 11 de febrero,» en vez de «El próximo martes 11 de febrero»).